LA FUERZA DE LOS VÍNCULOS

¿Te has dado cuenta de que tu vida social, generalmente, gira alrededor de la comida? Si coordinas reunirte con una amiga, ¿cuál es el plan? ¿Tomar un café, ir a desayunar, almorzar? ¿Deciden verse en un restaurante o quizá una cena en casa? ¿Alguna vez te has reunido con alguien simplemente en un parque y/o donde no haya comida involucrada? Es muy eventual, ¿verdad?

Lo que estoy queriendo dejar claro es que, la mayor parte del tiempo, siempre que hay una interacción social, hay comida involucrada. Esto hace que sea muy difícil organizar algo, cuando tienes un hijo con un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA), donde lo menos que quieres es que la comida esté presente en sus actividades.

Rápidamente pudimos percatarnos del estrés que le causaba a Mia comer delante de otras personas y participar de reuniones donde hubiese alimentos.

Esto llegó a ser uno de los tanto desafíos a los que tuvimos que enfrentarnos; TODOS, como familia.  Si bien es cierto, solo Mia tenía esa dificultad, toda la familia adaptamos nuestras actividades para incluirla y respetar sus necesidades específicas.

A medida que pasaba el tiempo, las restricciones alimentarias de mi hija iban en aumento. Una vez que aceptábamos que eliminara algo de su dieta1, no lográbamos que lo volviera a introducir. Con el tiempo, cosas que al principio de la enfermedad eran aceptadas por ella, poco a poco comenzó a verlas como amenazas, lo que llevó a una reducción de sus opciones. Haciendo cada vez más difícil los tiempos de comida, lo que afectaba también su interacción social.

No fue nada fácil, no fue divertido decir NO a las invitaciones que nos hacían.  O ver cómo nos repartíamos para que al menos 1 o 2 miembros de la familia pudiesen distraerse, mientras mi esposo o yo nos quedábamos en casa acompañando a Mia.

Al principio no sabíamos qué excusa dar por la cual no participar de actividades que usualmente asistíamos.  (En ese entonces eran muy pocas personas las que sabían de la enfermedad de mi hija.) Fue en ese momento que le dije Mia que necesitaba comunicar qué era lo que estaba pasando, al menos a nuestros amigos cercanos, para que:

  1. Nos comprendieran.
  2. Nos ofrecieran ayuda si la necesitábamos en cualquier momento.
  3. Entendieran que no teníamos motivo para sentir vergüenza por enfrentar esa enfermedad.

En ese entonces a Mia aún le quedaba algo vida social y la invitaban a casas de amigas.  Su principal angustia giraba alrededor de la comida. (Usualmente una invitación de esas implicaba que, uno de los cinco tiempos de comida que hacía al día, se tuviesen que hacer en el lugar.) Por lo que me vi en la necesidad de comunicarle a 3 mamás de sus amigas, para que supieran por lo que estábamos atravesando y les pudieran informar a sus hijas sobre la enfermedad y así fuesen más empaticas con ella.

Para mi agrado, se portaron muy lindas con nosotros.  Incluso le preguntaban a Mia qué opciones de comida podían servirle, para que ella pudiese comer cuando llegara a sus casas. Las chicas llegaron a eliminaron de sus conversaciones temas relacionados a la imagen corporal o dietas (que son los temas candentes en la adolescencia).

En el colegio, en horas de recreo, la acompañaban y se quedaban con ella; sin embargo, con el tiempo me enteré por Mia, que ella únicamente se quedaba allí sentada, escuchándolas hablar, que cada vez sus deseos de interactuar se iban menguando. Y aun así… lo mejor que nos podía pasar es que ella asistiera a clases, pues era un periodo donde al menos se distraía (hasta cierto punto) de los pensamientos constantes relacionados a comida.

Somos una familia extranjera viviendo en otro país y no contamos con familia directa que nos pueda apoyar; lo cual en su momento fue un reto adicional. Cuando las crisis de Mia iniciaban: había llanto, gritos y un estrépito constante (mientras aventaba y tiraba las cosas) en su habitación, o ella misma se agarraba fuertemente los pocos pliegues que le quedaban en el abdomen y los muslos.

No era algo que deseaba que mi hijo menor viera o escuchara, mucho menos constantemente.  Y es aquí donde Flor (nuestra mano derecha en el hogar) entra en escena. Ella fue otro pilar fundamental para nosotros.  Siempre estuvo ahí, cuidando a Noah con cariño y apoyándonos a toda la familia en todos los requerimientos que surgían.  Su presencia y ayuda fueron un verdadero alivio en momentos difíciles, y estamos profundamente agradecidos por su incondicionalidad.

Muchas veces salía con Noah a jugar fuera de casa, otras veces lo distraía viendo videos o escuchando música. Lo consentía preparándole sus comidas favoritas o simplemente estaba presente para él.  Pues yo, era acaparada mayormente por los requerimientos de Mia.

No todas las personas a las que les contamos nuestra situación nos entendieron.  Algunos pensaban que darnos nuestro espacio era lo mejor.  Hoy en día puedo decirles que lo que más deseábamos era que nos siguieran invitando, aunque muchas veces tuviéramos que rechazar la invitación. Que nos siguieran escribiendo, a pesar de que no respondiéramos con la misma efusividad. Que nos siguieran pensando… y que no nos dejaran en el olvido.

Las invitaciones que resultaban más llevaderas eran aquellas en las que íbamos a casa de amigos.  Después de que Mia había comido, llegábamos y compartíamos con ellos.  Luego de dos horas, siempre había otro tiempo de comida que Mia debía hacer.  Por eso debía ser en un lugar donde ella se sintiera segura de poder comer la merienda que le hubiéramos preparado, para poder quedarnos un poco más y distraernos los demás.

Hubo otros amigos que nos apoyaron invitando a jugar a Noah a sus casas o llevándolo a cualquier otro lugar fuera de nuestro hogar.  Otros que hacían alguna investigación referente a lo que Mia atravesaba y nos compartían la misma. Otra amiga nos envió la “visita de la virgen” que nos acompañó por dos semanas en la casa. Otra amiga, todos los domingos a las 8am le dictaba una clase de yoga a Mia. Otros nos enviaban mensajitos de ánimo y otros que simplemente seguían escribiendo eventualmente, a pesar de que mi respuesta a los mensajes fuesen dos o tres palabras.

Es importante aclarar que para personas que sufren de un TCA es crucial mantener las rutinas y reducir los cambios de actividades, ya que esto les proporciona estabilidad emocional y les hace sentir seguridad y control, lo cual ayuda a reducir la ansiedad.

Mi mamá, quien vive a miles de kilómetros de distancia, se mantenía muy preocupada y al margen de todo lo que estaba sucediendo. Quería venir a visitarnos y poder apoyar más de lo que hacía de larga distancia.  Yo me mantenía reacia a que lo hiciera.  Me daba pavor que algún comentario fuera de lugar pudiese desencadenar cualquier crisis en Mia, no sabía cómo reaccionaría ante la visita de la abuela y prefería mantener las cosas como estaban, con el afán de ver progresos… lentos, pero finalmente progresos.

Pero ante la insistencia de mi madre, le comenté a Mia y me dijo que, si le gustaría verla, pero que agradecería que no se involucrara en nada relacionado a su alimentación.   Y por mi lado, yo le solicité que fuera super prudente con sus comentarios (no solo hacia Mia; sino en cómo se refería hacia los demás2).

El día finalmente llegó y mi mamá ¡estaba aquí!  Su visita resultó ser mucho más positiva para la dinámica familiar, de lo que había pensado.  Durante su estancia:

  • Pudo entender finalmente en qué consistía la anorexia nerviosa restrictiva.
  • Pudo evidenciar las crisis de su nieta.
  • Vivió mi angustia.
  • Se percató del miedo que Noah tenía al ver a su hermana convertirse en otra persona.
  • Y comprendió el dolor que todos, como familia, estábamos pasando.

A esas alturas, Mia solo quería permanecer en casa; pero gracias a que la abuela había llegado, estuvo en disposición de salir.  Ya fuese a un centro comercial, a vernos tomar un café o comer un helado.  Ella se preocupó de los demás y no solo en sus necesidades.

Por lo tanto, puedo afirmar que para Mia y nuestra familia, la mejor decisión que tomamos fue revelar la enfermedad a nuestros amigos y seres queridos. Esto nos ayudó a desestigmatizarla y a recibir el apoyo necesario para enfrentarla. La transparencia en torno a la situación fue de gran ayuda para fortalecer los lazos familiares y recibir el apoyo emocional que tanto necesitábamos.

Y antes de concluir este blog, quiero expresar mi profunda gratitud a todas las personas que, en su momento y hasta el día de hoy, han sido un apoyo incondicional para nosotros. Gracias por todas las muestras de cariño, fuerza y consuelo que nos brindaron cuando más lo necesitábamos. Son un verdadero regalo que siempre atesoraré.


  1. Nos tomó un tiempo comprenderque debíamos ser firmes en NO eliminar ningún alimento de su dieta, ya que “la voz de la enfermedad” siempre la incitaba a reducir sus opciones. Por ejemplo, un día comía almendras, pero al día siguiente si leía que las almendras tenían “x” gramos de grasas “buenas”, solo con leer la palabra “grasas”, era suficiente para que ya no quisiera volver a comerlas. Si no nos hubiéramos mantenido firmes, hubiera optado únicamente por consumir agua y proteínas. ↩︎
  2. Respetando la individualidad de cada persona y promoviendo una cultura de aceptación y amor propio. Al hablar sobre el TCA, es crucial que recordemos que la alimentación de cada individuo es un tema personal y delicado, y no debe ser objeto de comentario ni juicio. Además, es fundamental no referirse a otros basándonos en su apariencia física. En su lugar, debemos celebrar la diversidad y reconocer la belleza en todas sus formas. ↩︎

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